Cuando regreso a Cea cada verano, siento como si la vida volviera a conectar sus hilos. La villa, con sus campos ondulantes y su río que fluye sereno, es para mí un santuario donde el tiempo se detiene y la naturaleza canta su eterna melodía. Pasear por estos parajes, junto a mi compañera de andanzas, es un privilegio que me acerca al alma misma de la tierra. En mis largas caminatas, las protagonistas suelen ser dos aves que, por su belleza y carácter, representan el espíritu de estos campos: la tarabilla común y la collalba gris, aunque hoy me detendré en la primera.

La tarabilla común: una joya de los setos

En uno de esos días de verano, con el sol acariciando los campos de cereal y los setos cubiertos de vida, allí estaba ella: la tarabilla común. Este pequeño pájaro, inquieto e hipnótico, parece tener una relación especial con los paisajes de Cea. Su plumaje en tonos negros, anaranjados y blancos es un contraste maravilloso con el verdor del entorno, y su canto, agudo y repetitivo, es como un saludo que me acompaña durante mis paseos.

Hábitat y costumbres

La tarabilla común se siente a gusto en los espacios abiertos con arbustos dispersos y setos, un hábitat que en Cea se extiende generoso por los caminos y campos. He observado cómo se posa en las cercas y los alambres, vigilante, buscando insectos con una agudeza que siempre me sorprende. Su carácter inquieto y activo le da una personalidad única, casi como si tuviera una energía que nunca se apaga.

En primavera, los machos despliegan todo su esplendor. Recuerdo cómo uno, en un rincón cercano al río, marcaba su territorio con vuelos cortos y un canto que resonaba en el aire, como si quisiera anunciar su dominio a todo aquel que pasara. Las hembras, más discretas, también tienen su encanto, moviéndose con gracia entre los matorrales.

Mejor época para avistarla

Desde marzo hasta septiembre, la tarabilla común convierte los campos de Cea en su hogar. Durante esos meses, especialmente en las mañanas de primavera, su canto es una invitación a detenerse y observar, a dejar que la naturaleza nos hable en su lenguaje más puro.

La villa de Cea y su castillo

Hablar de Cea es hablar también de su historia, de las huellas que el tiempo ha dejado en sus piedras y en sus gentes. La villa, con sus orígenes medievales, se alza orgullosa en la memoria de Castilla. Su castillo, conocido como el Castillo de Cea o Torre de los Pimentel, es un testimonio de siglos de defensa y resistencia.

Recuerdo la primera vez que subí a sus restos. Desde allí, la vista es un regalo: colinas, campos, y el río que serpentea como un hilo de plata. Este castillo, construido en el siglo XII, fue una pieza clave en la defensa del Reino de León, y aunque hoy sus muros están desgastados por el tiempo, el lugar conserva un aura que invita a la reflexión.

Es fácil imaginar a los antiguos habitantes de Cea caminando por estos mismos senderos, bajo el mismo cielo que hoy cobija a la tarabilla y a la collalba. Es como si las historias de las gentes y las aves se entrelazaran en un relato que nunca termina.

Observación de aves en los alrededores de Cea

La observación de aves en Cea es una experiencia que va más allá de lo visual. Es una conexión con el latido de la naturaleza, una forma de sentir el pulso del lugar. Los campos, las praderas cercanas al río y los alrededores del castillo son puntos perfectos para disfrutar de la biodiversidad de esta región.

Cada paseo es una aventura. En una ocasión, mientras caminaba al amanecer, una tarabilla posada en un arbusto me saludó con su canto, mientras una collalba se deslizaba silenciosa entre las piedras. En esos momentos, uno comprende que no está solo, que forma parte de algo mucho más grande.