Esta es una historia de líneas y sombras. De trazos que nacen en la esquina de un papel y avanzan como un río que busca su cauce. Es también la historia de una obsesión silenciosa, de un método de supervivencia que descubrí casi por accidente en medio de una tormenta de estrés laboral. Y aunque esto pueda parecer la introducción de una novela que nunca se escribirá, en realidad es solo una reedición. Un post que publiqué hace años en un rincón perdido de Blogger y que ahora rescato, con mejores imágenes y quizás una mirada más clara sobre el fenómeno que bauticé, sin demasiadas pretensiones, como Dinoterapia.
Todo empezó en una de esas semanas que parecen diseñadas para quebrarte. Días en los que las horas no alcanzan, en los que las llamadas se suceden con la cadencia de un tambor de guerra y el café deja de ser un placer para convertirse en un sistema de soporte vital. Una de esas semanas en las que, de repente, te sorprendes mirando el cursor parpadeante de la pantalla sin recordar qué se supone que estabas escribiendo.
Fue en ese estado de saturación mental cuando mi mano, por puro instinto, tomó un bolígrafo y comenzó a trazar líneas sobre la hoja de una libreta que había quedado abandonada junto al teclado. Sin pensar, sin planificación, solo líneas que al principio no eran nada y luego, como si hubieran estado esperando a ser descubiertas, se convirtieron en la silueta inconfundible de un dinosaurio. Un saurópodo de cuello largo y cuerpo robusto que emergió como un viejo amigo de la infancia.
Cuando terminé el dibujo, noté algo extraño. Algo había cambiado en mi cabeza. La niebla se había disipado un poco. Sentí un alivio similar al de cerrar los ojos después de un largo día. No era una sensación grandiosa ni reveladora, solo una pausa, un respiro, como si ese Brachiosaurus, con su cuello extendido y su expresión impasible, hubiera absorbido parte de mi ansiedad.
Desde entonces, empecé a dibujar dinosaurios en cada momento de crisis. Velociraptores alargados cuando la presión subía, Triceratops robustos cuando necesitaba estabilidad, Pteranodones en pleno vuelo cuando me hacía falta un escape. Cada uno de ellos con su propia textura, su propia actitud, su propia manera de ayudarme a volver a la calma.
Cuando publiqué el primer post sobre Dinoterapia en mi blog, no esperaba que resonara con nadie. Pensé que era una rareza personal, una de esas excentricidades que uno guarda para sí mismo y que, al compartirlas, solo generan respuestas educadas pero distantes. Pero me equivoqué.
Personas de distintos lugares comenzaron a comentar que hacían algo parecido. No solo con dinosaurios, sino con dragones, aviones, mapas imaginarios, patrones geométricos. Pequeñas compulsiones gráficas que, de alguna manera, funcionaban como anclajes en la tormenta. Algunos hablaban de cómo los dibujos les recordaban su infancia, otros los usaban como una forma de meditación. Había incluso quienes llevaban años llenando libretas sin haberse detenido a pensar por qué lo hacían.
El post se perdió con el tiempo, como todo en internet. Y las imágenes originales, escaneadas con un dispositivo que ya en ese entonces estaba al borde del colapso, nunca hicieron justicia a los dibujos. Por eso, ahora que vuelvo a él, he decidido recuperar algunas de esas ilustraciones, darles una mejor presentación y volver a contar la historia. Porque la Dinoterapia sigue viva, sigue funcionando, y sigue siendo mi mejor herramienta contra los días en los que el mundo pesa demasiado.
No soy psicólogo, ni neurocientífico, pero después de años practicando esta extraña terapia personal, he llegado a algunas conclusiones sobre por qué tiene un efecto tan poderoso en mi mente:
- La repetición y el flujo: Dibujar un dinosaurio no es solo hacer un boceto rápido. Es un proceso. La textura de las escamas, la curva de la mandíbula, la forma de los ojos. Hay algo en la repetición de los trazos que genera un estado de flujo, una desconexión del ruido mental.
- El regreso a la infancia: Los dinosaurios son una de esas obsesiones que muchos tuvimos de niños. Representan un tiempo en el que todo era asombro y descubrimiento. Dibujarlos es un viaje a ese lugar seguro, un refugio de nostalgia en el mejor sentido de la palabra.
- El simbolismo del coloso: Hay algo en la imagen del dinosaurio que nos conecta con la inmensidad, con la permanencia. Son criaturas que dominaron el mundo durante millones de años, y sin embargo desaparecieron. Dibujarlos es, de algún modo, enfrentarse a la fugacidad de nuestras preocupaciones.
Hoy, mientras escribo esto, miro a mi lado y veo una libreta abierta. En la página más reciente, un Ankylosaurus se deja caer sobre su cola, con su armadura de placas y su mirada serena. Lo dibujé esta mañana, cuando el día empezó con la sensación de que todo se estaba acumulando demasiado rápido. Ahora el peso es un poco menor.
Quizás la Dinoterapia no sea una ciencia. Quizás sea solo un capricho personal, una pequeña manía sin mayor significado. Pero funciona. Y en un mundo que avanza con la brutalidad de un meteorito en caída libre, cualquier refugio, por más extraño que sea, merece ser celebrado.